lunes, 19 de noviembre de 2012

Inmóvil

INMÓVIL
 Please

 Por fin el volumen de la música descendió hasta el silencio absoluto y pudo escuchar los sonidos a su alrededor. El pañuelo cayó de sus ojos y la luz alcanzó de nuevo sus pupilas provocando que decenas de lucecitas danzaran flotando en el aire.


 Privada de los dos principales sentidos escasamente había notado roces en muñecas y tobillos, en cintura y cuello. Conocía su estado, a cuatro patas sobre la cama, tenía puestas muñequeras y tobilleras de cuero, incluso sintió un cinturón, y por supuesto, un collar.

Había sentido como le iba poniendo cada utensilio y como los había amarrado. Primero fue la muñequera derecha, ahora la veía afianzada al frontal de la cama y a la parte trasera. El tobillo izquierdo fue el siguiente, sujetado a ambos lados de la cama.

Le siguió el otro tobillo, también inmovilizado a ambos lados. Por último la mano izquierda quedó firmemente sujeta adelante y atrás. Las cuatro extremidades sujetas cada una en un doble anclaje que permitía una pequeñísima posibilidad de movimientos.



  Pensó que aun se podía librar. Poseía movimiento en la cadera y el culo, la cintura, espalda, cuello y cabeza, incluso se podía inclinar. ¡Ilusa!, pero eso lo descubrió al poco rato.
Le puso un cinturón que amarró también a ambos laterales de la cama. Su cintura perdió gran parte de su movilidad. Un collar en el cuello, y la traílla que lo estiraba hasta el cabezal le impedía el resto de movimientos.
Se sintió a merced del hombre. Inmovilizada a cuatro patas, sabía que su culo, muslos, espalda, nuca, hombros, coño, tetas, vamos… ¡todo su cuerpo! quedaba al alcance de sus pensamientos. Esa realidad la excitaba hasta el punto de apretar los labios y contener los suspiros evitando descubrir el deseo prendiendo su interior.
Sentir la punta de la fusta recorriendo su espalda desde el final hasta sus hombros la hizo erizarse. Después, descendió lenta hasta deambular por una nalga, caminar sobre la otra, descolgarse por un muslo, escalar por el interior, bajar por el otro, y rodar sin sentido por la otra nalga. Ella, tensa y expectante.

  Ascendió por su cadera y un costado, descendió serpenteando por la espalda y estalló en la nalga izquierda haciendo saltar un gritito de su garganta sorprendida. De nuevo caricias por los muslos. Y otro golpe en la otra nalga. Más caricias y poco a poco, en un ritmo lento, entre mezcladas con azotes, saltando de una nalga a la otra, llenando la piel de su cuerpo de estremecimientos y su boca de suspiros anhelantes.

  Los azotes se concentraron entre sus muslos, en la parte más superior, ligeros y rápidos, encarnaban y caldeaban la piel haciendo que el sexo sintiera el aire correr alrededor de la fusta y un volcán rugiendo en su interior. El culo se alzaba hacia atrás dispuesto a entregarse. Lágrimas de deseo comenzaban a perlar unos labios ansiosos.


  La fusta separó esos labios para acariciar la entradita. Ella cerró los ojos al contacto, la sintió separándolos, abriéndola, frotándose lenta en la entrada de la cueva. Se apartó para estallar en sendos azotes, ¡plas, plas!, a cada nalga.
Descendió por el muslo con golpecitos continuos, luego la pantorrilla. Ella pensó que pararía en el tobillo, pero la fusta continuó hasta la planta del pie. Cada golpe despertaba la piel a su paso, la erizaba y  provocaba furores que ascendían rápidos hasta el centro del placer encargado de acumular más y más mensajes.

  La fusta ascendió por la pierna lentamente con el único roce del filo, entonces estalló diez veces seguidas en la misma nalga haciendo brotar por fin los gemidos contenidos y coloreando la blanca carne. Cambió de nalga y resonaron otros diez, más lentos, más expectantes, tensándola en la espera, pintando color.

  La fusta se concentró en frotar de nuevo su coño con el lado más ancho, enredándose entre los labios, dando ligeros y suaves golpes a esa entradita, provocando sutiles jadeos. Pero no se detuvo allí, y ella la sintió apretarse hasta penetrarla moviéndose dentro como si fuese una pequeña polla girando y agitándose. Entrando y saliendo, sacando su esencia profunda, derrochándola en los muslos, jadeaba despacio.
Cuando la sacó tenía el coño encharcado y quedó anhelante ante el vacío sentido.
Pero diez azotes alternando las nalgas la devolvieron a la realidad. Fuertes e intensos volvieron a tensarla obligándola a apretar los dientes.

   La fusta acarició su pubis desde un lateral, el vientre y el estómago, hasta sus pechos, donde los pezones se convirtieron en un juguetito de ese instrumento de placer y dolor. Acariciados, endurecidos, azotados; golpeados pechos y pezones, hasta ascender por el pecho y terminar de escalar el cuello con la intención de perfilar los labios, entreabrirlos y hacerle lamer la punta de la fusta

  Él la miró intensamente, se inclinó y agarrándola sin contemplaciones del pelo la besó introduciendo la lengua y prolongando eternamente ese beso que ella quiso recibir con los ojos cerrados llenándose de su sabor, guardándolo en su boca como si de un tesoro se tratase.

La fusta acarició la cara, las mejillas, ascendió por la frente hasta el pelo, descendió por la cabeza resbalando hasta la nuca y continuar propinando ligeros azotes a lo largo y ancho de la espalda.

  Entonces comenzó la auténtica flagelación. La fusta se fue turnando en cada nalga, en cada zona de la nalga, y fueron cayendo uno tras otro. Escasas pausas cada diez azotes que le permitían coger aire para volver a jadear. La intensidad no era excesivamente dura y eso la excitaba, sentir el culo coger temperatura, y lo imaginó coloreándose. Cada azote repercutía en todas sus zonas erógenas, despertando más y más deseo, más y más ansia. Apretaba su coño, apretaba y soltaba, apretaba y soltaba en un intento de sentir algo.

  Cuando la fusta se detuvo el culo le ardía y la esencia caía a raudales por sus muslos, la cara tensa de excitación, la incapacidad de movimientos tensaba en sobremanera sus músculos, el coño le latía enloquecido. La excitación se había alojado bajo su piel preparada para retorcer la tuerca que todavía la tensase más.



Lo vio arrodillarse ante ella. Colocarle la polla en la cara. Ella la atrapó con la boca y comenzó a lamerla ansiosa. Él estiró el brazo y los azotes siguieron cayendo lentos pero inexorables. Y con la misma velocidad que se la había dado, se la quitó, regresó a otra tanda de azotes que a ella le empezó a costar soportar.
De repente, la fusta cayó ante ella y quedó inmóvil en la cabecera. Sintió que se ponía tras ella, echó el culo cuanto puedo hacia atrás loca de ganas.

  El suave y caliente glande se coló entre sus labios y no pudo menos que suplicar. La quería dentro, ¡bien adentro!, hasta que le hiciera daño, hasta ¡romperla! Pero la polla se hizo la remolona en la entradita y ella desesperaba más y más ansiosa por sentirse llena. Una palmada en el culo la hizo gritar y entonces él se la clavó provocando la finalización del grito como un gemido arqueado.



  Ella comenzó a moverse clavándose contra su pelvis, y él soltó otra fuerte palmada obligándola a parar. 
La folló despacio, dejando que ella apretara su vagina envolviendo su pene deslizándose sin la más mínima dificultad.
Él estiró un brazo y cogió su pelo tensando su cuello y susurrándole lo putita que era y lo fuerte que la iba a follar mientras le seguía azotando el culo con la mano.
Y el ritmo fue creciendo a la par que la mano caía con fuerza. Y ella jadeaba y gritaba, placer y dolor, un placer que la hacía sentirse suya, un dolor que la convertía en su puta, sólo suya
.
   Fueron minutos en los que él alterno, paró, más rápido, más lento, a un lado, al otro. Lo que no varió fue la intensidad de las palmadas. Lo que aumentó fue el dolor en el culo, su ardor y la excitación de ella al borde del orgasmo cuando él se echó encima follándola lento mientras un brazo apretaba su cintura y la otra mano rebuscaba entre sus pliegues hasta apoderarse de un clítoris que bramó enfurecido al sentirse usado, aplastado, azotado por unos dedos invasores.
Él se detuvo un momento, lo necesario para soltar la traílla del collar y regresó de inmediato a follarla, azotarla y darle cañita a un clítoris enervado. Intentó aguantar hasta el final, esperarla para correrse juntos,  pero se vio forzado a dar los fuertes empentones precursores de su corrida y en ese momento ella ascendió rápido, rápido, hasta el punto de que cuando él comenzó a parar ella se movía como una loca aplastando su polla. Él cogiéndola de los hombros aguantó duro apretándola mientras ella se corría llenándole los huevos de su blanquecino flujo.


  Quedaron unos instantes unidos. Él se apartó despacio, liberó sus manos de las muñequeras, ella se recostó, sudada, cansada y entregada. Después los pies quedaron libres, y quedó tendida en la cama tratando de respirar, jadeando todavía.
Él se sentó a su lado, acarició su brazo, la espalda, la cabeza y los hombros. Se inclinó y comenzó a besarle cada muñeca y luego los tobillos, el cuello, el culo, lo lamió y beso con delicadas maneras. Ella remoloneaba dejándose querer, pero le sonría y le mandaba besos hasta que con una mano le indicó que se acercara.


 Él se acercó. Ella lo abrazó, lo rodeó entre sus brazos y comenzó a besarlo, primero despacio, después más ferviente, más profunda. Invadió su boca mientras acariciaba su pelo. Devoró su boca como antes ella misma había sido devorada por su propia pasión. Él contestó con la misma firmeza su beso, y eso la empezó a poner de nuevo. Volvió a sentirse excitada, él lo notó enseguida y se apartó. Ella lo miró, abrió las piernas indicándole el camino a su húmedo sexo. Él sonrió, y sin hacerse de rogar acudió a beber de ese manantial que tanto adoraba.




Nota: Tanto las imágenes expuestas cómo la gran mayoría de los textos tienen Copyright  de sus respectivos Autores. En caso de que alguno de los mencionados no deseen aparecer póganse en contacto con nosotros y el material será eliminado de forma inmediata. 
2012-EsenciaD/s

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.