domingo, 9 de diciembre de 2012

El Tatuaje

PARTE I
EL TATUAJE
 LordCarnarvon
  Hacía ya un año desde que su primer y último Amo decidió que su relación debía terminar. Le dijo que no podía enseñarle nada más, ni ella aportarle a él nada nuevo. Se despidieron con el reconocimiento mutuo y dejando entre ellos un poso indisoluble de complicidad y confianza que reviviría cada vez que fuera convocado, por mucho tiempo que pudiera pasar. Sin embargo, su etapa de Amo y sumisa había acabado. 

Una de las últimas cosas que le ordenó antes de extinguirse su vínculo fue que se tatuara en la muñeca el símbolo de D/s para que todo el mundo supiera siempre qué clase de criatura era ella.
Accedió, evidentemente, por lo que seguía proclamando a todos quienes supieran interpretar aquel icono que ella tenia su alma entregada al mundo de la sumisión. Ese mensaje fue el recuerdo indeleble de cuanto había sido y aprendido con su Señor. Era ya pasado, pero aquella última orden la marcó para siempre. El tatuaje era francamente bonito y lo llevó con orgullo y cierta nostalgia de un tiempo dulcemente duro ya pasado. Formaba ya parte de su vida y con ello cargaría para el resto de sus días. 

Era ya casi un año el tiempo transcurrido desde entonces… y nadie pareció reparar en su bonito tatuaje de apenas el diámetro de una esfera de reloj de pulsera. Algún comentario muy despistado acerca de lo estético que resultaba fue lo máximo que consiguió… pero estaba segura de que nadie acertó acerca de su significado. Les hubiera dado igual si hubieran sido unas letras chinas, por decir algo. Seguía reflexionando, de tanto en tanto, acerca de aquella última orden de quien fue su Amo.  Recordaba que le dijo que, de ese modo, alguien con adecuada formación de Dominante podría quizá un día fijarse en ella. Llegado ese caso, ella sabría como actuar en consecuencia. Criterio y formación de sumisa no le faltaban.

Lo cierto es que pasado todo este tiempo, el ansia empezaba a consumirla internamente. Notaba en todo su ser una necesidad creciente de encontrar un nuevo Amo que pudiera abrirle nuevos horizontes… encontrarlo, o que le encontrara a ella. Nada le saciaba esa voluntad por servir y sentirse usada por alguien que supiera hacerle sentir los placeres de someterse al imperio de la voluntad ajena. Se decía que quizá, el día menos pensado, pudiera suceder algo. Era un pensamiento recurrente pero empezaba a preocuparle que cada vez se sorprendiera a sí misma dándole vueltas a esa idea. Le preocupaba si acaso no habría idealizado la figura del Dom que esperaba un día identificar como el adecuado. ¿Quizá el síndrome del Príncipe Azul?

Eran las dos menos diez del mediodía. Pidió permiso para salir un poco antes del trabajo e ir a la ferretería, pues necesitaba con urgencia un grifo nuevo para la cocina. Por la mañana había tenido que salir y dejar caer un fino hilo de agua puesto que no conseguía cerrar debidamente. No pensó otra cosa durante la mañana, le preocupaba dejar así la cocina. Calculó el tiempo justo para llegar antes de que cerraran la tienda. Cuando llegó a la ferretería estaban echando la persiana abajo. Apretó primero el paso y luego echó a correr.

-Por favor, puede atenderme una urgencia –alcanzó a decir al dependiente entre los jadeos con que trataba de recuperar el resuello tras la carrera-.
El dependiente se tomó su tiempo para verla. Ella juraría que, de forma muy rápida, la estaba estudiando. Casi sintió un escalofrío. Pero en ese momento asintió y la dejó entrar. 

-Por supuesto… pase y cierro… usted entenderá que ya es la hora.
-Sí, descuide… y gracias –acertó a contestarle ella-.

Tras ella cerró la persiana hasta abajo. El ruido, dentro de la tienda llegó a ser incluso aterrador. El sonido arrastrado  de la persiana metálica retumbó en el interior de la ferretería  como un trueno. Apenas tenía encendidas un par de luces y eso aún hacía más terrible el sobresalto.

-Es que ya cerraba –explicó el joven que aceptó atenderla sobre la hora de cierre-.

La mirada de aquel joven le tenía subyugada. Tanto como para olvidarse de que necesitaba un grifo. Era profunda en una mezcla de dulzura y severidad que le erizaba el vello de la nuca.  Por unos segundos se notó azorada y hubiera jurado que el dependiente se había dado cuenta  de su estado de ánimo y que incluso se complacía de saber el efecto que le estaba causando. Trató de distraerse con cualquier otro pensamiento. Lo consiguió con no poco esfuerzo. Se centró en el grifo.

-Eso es… el grifo –dijo mientras examinaba un cromado monomando que el dependiente ya había puesto sobre el mostrador al tiempo que le aseguraba que era universal, que valía para casi cualquier cocina-.
Tomó el grifo en sus manos y preguntó por su precio. El dependiente fue a la caja registradora, lo pasó por el lector de barras y tras anunciarle el importe extendió su mano para entregárselo en una bolsa. En ese momento la manga de su camisa se arremangó y mostró su símbolo secreto tatuado en la muñeca. Al dependiente se le no pasó por alto y pareció que en su rostro se dibujaba un imperceptible gesto de sorpresa. Ella lo percibió así y fue más que evidente cuando, deliberadamente, él sostuvo un segundo más de la cuenta la bolsa para seguir viendo aquel tatuaje.

-Necesita alguna cosa más… -resolvió decirle en la más correcta ortodoxia del dependiente de comercio-.
-No –contestó ella un tanto nerviosa al tiempo que se decía a sí misma que debería prolongar aquel momento por algún minuto más-… creo que no.
-Bien, pues en ese caso son 29 euros con cincuenta.

Revolvió en el interior de su bolso para encontrar el dinero y tropezó con el mando de la tele que la noche anterior guardó previsoramente para recordar que se le habían agotado las pilas. Vaya… unas pilas también.

-Mire, también necesito unas pilas para el mando –dijo con cierto aire jovial al haber encontrado un motivo para prolongar un poco más su estancia en aquella ferretería cerrada.
-Déjeme ver… qué tipo de pilas pueden ser -dijo el dependiente tomando el mando al tiempo que volvió a ver el tatuaje.

Ahora ella, se recreó en el momento y dejó descaradamente que lo viera. Hubiera matado porque le hubiera hecho algún comentario. Deseaba que aquel joven que cada vez ejercía un mayor magnetismo sobre su persona conociera el significado exacto de aquel símbolo. Se moría de ganas por que le dijera algo, que le diera pie, que descubriera sus anhelos que en ese momento revoloteaban dentro de su estómago y que dudaba de poder contenerlos por mucho tiempo.

-¿Usa muchas pilas? –quiso saber el dependiente que con su pregunta la sacó de su ensimismamiento.
-Er… bueno, sí, en realidad sí cada dos meses compro, el cepillo de dientes eléctrico, otro par de mandos… y algunas cosas más, pero me he quedado ahora sin recambios –le dijo-.
-Bien, se lo comentaba porque quizá le interese comprar un kit de pilas recargables… con el tiempo le saldrá a cuenta, aunque quizá ya entonces no tenga que venir a comprar más y me prive de verla.

Vaya. Aquello sí la sorprendió. Sonaba a cumplido y le complació saber que se estaba fijando en ella. No pudo y no quiso reprimir una sonrisa y le contestó afirmativamente.

-En ese caso acompáñeme y le mostraré las opciones que hay.

Caminó hacia el interior de la tienda y ella le siguió. Juraría que olía bien… muy bien. Se encandiló con aquel aroma masculino y a jabón. Su olfato casi le transportaba a otro mundo. A medida que se adentraban en la ferretería el sonido de sus tacones rompía el silencio en mil pedazos de cristal. ¿Dónde la llevaría cada uno de los pasos que estaba dando? Al final encontraron a la estantería que buscaban. Le mostró un cargador múltiple para todo tipo de pilas. 

-¿Es esto lo que necesitas? –le preguntó fijando sus ojos en los de la clienta como si fueran dos clavos ardiendo.

Ella notó cierta flojera en las rodillas y titubeó en el momento de contestar. ¿Se iba a dar cuenta de todo?

-Sí… está bien. Es algo que me vendrá bien… Seguro.
-Yo creo que te puede venir bien –le dijo el dependiente- pero de lo que no estoy tan seguro es de si en realidad es eso lo que necesitas.
-¿No? –preguntó ella que se sentía totalmente acorralada.
-No –le dijo al tiempo que daba un paso hacía ella- no creo que sea eso lo que necesitas… o mucho me equivoco o el tatuaje que tienes en tu muñeca no es casual y el temblor que advierto en tu cuerpo no es por frío.

Se quedó muda. No acertaba a saber qué palabras pronunciar. Se había dado cuenta. La tenía totalmente al descubierto, pero ¿qué hacer? Mientras tanto agachó la cabeza y casi asintió sin darse cuenta.

-Bien –dijo él- dame tu mano –le ordenó tuteándola al tiempo que abandonaba los modales propios para con una clienta.

Le alargó la mano que le tomó rápidamente. Ella notó el calor de aquellos dedos repasando con sus yemas el símbolo de D/s. La adrenalina le corrió desbocada por todo su cuerpo, pero no fue nada en comparación con lo que sintió cuando escuchó el rodar de una cadena que quedaba tras de sí en un rollo. Casi se desmaya. La cara le iba a estallar. Seguro que estaba roja como un tomate y así la vería si se hubiera atrevido a levantarla. Pero no. Mantuvo agachada su cabeza y no hizo nada por impedir que le sujetara ambas muñecas, con frías cadenas, tras su espalda. El sonido resultaba electrizante y el tacto de los eslabones algo terrorifíco. Llegado ese momento se le acercó al oído y le susurró en palabras tan lentas como graves…
-Desde que te he visto he sabido que ibas a ser mi sumisa en unos pocos minutos… si piensas que me he equivocado, levanta tu cara y mírame a los ojos…. Si por el contrario he acertado… arrodíllate ante tu Amo.


Temblorosa, paralizada por el miedo y la emoción del momento consideró las dos posibilidades. Muy pronto descartó mirarle a la cara. Le aterraba lo que pudiera ver en ellos. Antes salir corriendo. Pero se debatía acerca del acierto en arrodillarse ante un desconocido. Apenas unos segundos de duda, que fueron eternos, se resolvieron finalmente. Empezó a doblar sus rodillas hasta postrarse totalmente.

-Señor, su perra se presenta ante usted por vez primera. Disponga según su voluntad que es la única ley por la que esta sierva vivirá.

 PARTE II
EL TATUAJE
 LordCarnarvon

Tras presentarse ante su nuevo Amo una brutal descarga de adrenalina le cruzo su tembloroso cuerpo. Notó un sofocante calor que le abrasaba al tiempo que le hacía  sentir viva como no lo experimentaba desde hacía demasiado tiempo. Hacía casi un año que echaba de menos esa sensación. Comprobó como incluso su temperatura corporal estaba ganando grados hasta calentar los fríos eslabones de la cadena que le tenía sujeta las muñecas.

Con la cabeza agachada y de rodillas, en señal de sumisión, permaneció como con toda seguridad su nuevo Dueño desearía tenerla en ese momento. No pudo, por tanto, ver que su Señor la miraba con complacencia y respiraba con profundidad. Deliberadamente hizo pasar varios segundos para que la duda y la impaciencia hicieran mella en su nueva sumisa. Finalmente habló.
Te acepto como sumisa, te acojo bajo mi tutela y te impongo un nombre por el cual te conoceré de ahora en adelante. Para tu Señor serás y responderás cuando te llame como aliena. Te dirigirás a mí como Amo o Señor y sólo si respondes a mis expectativas conocerás mi nombre a su debido tiempo…. Ahora contéstame si lo has entendido.
-Sí Señor –dijo pronunciando sus primeras palabras como sumisa aceptada- será tal y como disponga mi Señor.

De nuevo dejo pasar unos segundos que parecieron eternos antes de volver a hablar. La sumisa aliena estaba totalmente en trance mientras repasaba mentalmente su nuevo nombre y no apartaba su mirada de los pies de su nuevo Amo. No imaginaba cual podría ser el siguiente paso, pero su instrucción le llevaba a estar preparada para cualquier cosa que pudiera sobrevenir o cualquier deseo o capricho del que ella pudiera ser objeto.  Sin embargo, sorprendentemente se fue y la dejó sola durante unos pocos minutos. No le dijo nada ni, desde luego, ella iba a preguntar. Su instrucción así le aconsejaba y se mantuvo a la espera deseando que regresara cuanto antes en silencio. La espera terminó cuando regresó con algunos objetos que no llegó a ver bien por tener la cabeza gacha.

Le obligó a levantarse. Le tapó los ojos con unas aparatosas y oscuras gafas de soldar que le ajustó para impedirle ver nada. Privada de la visión tuvo que soportar un par de minutos sumida en la oscuridad. Su ansiedad crecía por momentos.

Deseaba ardientemente que sucediera algo, alguna acción y, al tiempo, temía qué intenciones pudiera albergar el que hasta hacía menos de cinco minutos era un desconocido y ahora se había convertido en el dueño de su voluntad.El siguiente movimiento le supuso quedar atada a la estantería que tenía tras de sí, tanto por las muñecas como por los tobillos obligándola a mantener las piernas algo separadas. De nuevo un par de minutos de inactividad y silencio le enervaron el ánimo en aquella insoportable espera. La mezcla de ansiedad y pavor le estaba excitando en secreto. Una pasión de carácter salvaje e inconfesable le hizo morderse el labio inconscientemente.  No pudo ver la sonrisa ladeada de su Amo al presenciar aquella deliciosa escena.



Su creciente excitación pasó rápidamente a una nueva fase más intensa cuando apreció las manos de su Señor subiéndole la falda hasta dejar a la vista sus braguitas diminutas.  Fue la primera vez que se sintió totalmente vulnerable. Sus manos atadas con cadenas le impedían hacer nada al respecto. Su último rescoldo de resistencia se disolvió finalmente. Estaba a su merced. Era el momento de mostrar que estaba dispuesta a entregarse y que su tatuaje en la muñeca era una declaración, no un adorno frívolo.




Fue entonces cuando notó el frío metal de unas grandes tijeras de podar que adivinó que estaba usando con ella. Imaginar su filo y sus largas hojas le motivó un pasaje terrorífico que le inundo su fértil imaginación. Le sacó de ese pensamiento sonido que venía desde sus ingles. Se sintió como una perra al no poder evitar que le erotizara el delicado sonido rasgado que apreció con gran claridad al cortar su ropa interior. Tras un segundo tajo le obligó a abrir las piernas para que los restos de sus braguitas cayeran entre sus piernas. De nuevo se abrió un pequeño abismo de aparente inactividad.
Se cerró cuando adivinó que con el mismo el grifo que acababa de comprar le estaba acariciando, usando su cromada superficie, su excitadísimo clítoris.

Aquella sensación tan suave y fríamente pulida al tiempo le resultaba tan extraña como inesperada. Jamás algo parecido había, ni tan siquiera, rozado su sexo y ahora la estaban abiertamente masturbando con aquello.



Aquel grifo estaba cada vez más caliente y por supuesto, mojado por efecto de su ardiente coño. No pasaron ni cinco minutos hasta que se encontró totalmente excitada y ni pudo ni quiso evitar contonear su cuerpo según le marcaba el placer que le inundaba. Fue el tiempo necesario para que su nuevo Amo supiera, sin lugar a dudas, lo perra que era aquella sumisa que le había llegado como caída del cielo. Tanto le complació ver su rápida reacción que empezó a alternar el grifo de su clítoris al interior del coño. Se debatía, aliena, atada en sus muñecas por la cadena hasta que se corrió entre gemidos y ronroneos cual gata en celo. Aún con la respiración agitada, su nuevo Amo se le acercó al oído.

-Ahora, cada vez que uses esté grifo, recordarás su primer uso… para siempre.
-Si Señor. Lo recordaré siempre Señor –acertó a responder entre jadeo y jadeo mientras mantenía la cabeza inclinada ante su Dueño-.

No habían acabado ahí las instrucciones por ese día. Ni mucho menos. Sin desatarla ni bajarle la falda que se mantenía aún subida dejándole su coño al descubierto, le dio nuevas órdenes.

-En unos minutos voy a liberarte. Cuando lo haga te dejaré sólo las gafas puestas. Esperarás un par de minutos. Luego te irás hasta el mostrador. Allí verás un hoja y un bolígrafo. Me anotarás todas tus medidas… desde el número de calzado que usas hasta todas tus tallas… todas… no te olvides de ninguna. También anotarás tu número de móvil y tu dirección.  Cuando acabes sales por la puerta de servicio que cerrarás tras de ti ¿has comprendido? –le dijo esperando que contestara antes de continuar-.
-Sí Señor, le he entendido… todas mis medidas Señor.
-Bien, aliena, todas… cierro la ferretería a las ocho y media. A las diez estaré en tu casa. Yo mismo te cambiaré el grifo. Quiero que a esa hora estés recién duchada, con el pelo lavado y suelto y ligeramente maquillada. Labios con carmín rojo y esmalte de uñas del mismo color.

Cuando me abras no deberás llevar ropa alguna… ni tan siquiera zapatos. Tu Amo se ocupará de todo… ya sabes, a las diez en punto llamaré a tu puerta, abrirás y te retirarás a la cocina donde cerrarás la puerta y de donde no saldrás hasta que me escuches llamar por tu nombre ¿Entendido?
-Sí Señor… aliena abrirá la puerta a las diez de esta noche y cumplirá todas y cada una de las órdenes del Señor.

Una vez llegó a la conclusión de que sus instrucciones habían sido perfectamente comprendidas empezó a liberarla de sus ataduras. Finalmente le bajó la falda y se despidió de ella dándole un ligero y dulce mordisco en el lóbulo de una oreja. A continuación se fue y dejó a aliena para cumpliera sus órdenes aún sin estar él. Finalmente, cerró la puerta de la trastienda y se fue a casa. De camino notó como su sexo aún rezumaba fluido que se le escapaba entre las piernas sin que hubiera ropa interior que pudiera retenerlo. Apretó el paso.

 Quería comer algo y ponerse unas bragas. Toda la tarde la pasaría pensando en su Amo. A las diez… llamaría a su puerta.

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 2012-EsenciaD/s

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